Martes 29 de octubre de 2024. Dignidad, honor, integridad, templanza y
mesura son valores que parecieran estar en desuso; por lo menos en la
cotidianidad de nuestras conversaciones se han vuelto palabras cada vez
menos pronunciadas. Partiendo del principio de que: “Lo que no se
pronuncia, no existe”, resulta inequívoco considerar que la aplicación
de dichos preceptos en nuestra vida diaria es realmente necesaria para
nuestro mejoramiento como sociedad.
Si utilizamos la alegoría de la construcción de una casa o edificio, es
inevitable advertir que los cimientos son el punto de partida, sostén y
eje central de cualquier edificación. Así mismo, nuestros cimientos como
ciudadanos son el pilar de toda colectividad. De tal suerte que, entre
más sólidos sean, mayor será la resistencia, duración y estabilidad de
un edificio denominado “sociedad”.
Tener como filosofía que la solución a los problemas sociales o embates
naturales que enfrenta toda población son responsabilidad exclusiva de
un ente denominado “gobierno”, no abona mucho. Observarse a sí mismo
como un elemento ajeno a la composición social no sólo resulta ilógico
sino estéril. Lo explicó bien Aristóteles: el ser humano es un animal
racional, social por naturaleza y político por necesidad.
Ahora bien, para darle crédito a dicha apología, se requiere comprender
mejor qué es la política. Existen un sinfín de definiciones sobre dicho
precepto. Desde el más ambiguo hasta el más complejo. Del sencillo al
abstracto. Sin embargo, si en algo han de coincidir prácticamente todos
los significados que se le atribuyen a la palabra “política”, es en tres
elementos: orden, funcionamiento y bien común. De ahí que la política, a
pesar del enorme descrédito por el que desde hace tiempo atraviesa, es
más noble y esencial de lo que aparentemente se piensa.
Insistiré, como lo he venido haciendo desde hace mucho tiempo ya, en que
la política por sí misma se encuentra inmaculada, es decir, se conserva
intachable. Aunque, también es justo reconocer que la actuación de
quienes, por inexperiencia, falta de preparación o abuso flagrante,
ofrecen resultados pírricos o adversos a la comunidad, han provocado no
sólo la incredulidad sino el rechazo de la gente.
Entonces, ¿qué hacer? Parece tan simple que es sumamente complejo. Cómo
decimos los mexicanos: “Tomar al toro por los cuernos”, y no lo digo
literalmente. Si bien la construcción de la ciudadanía amerita de guía,
de conducción, la cual, como decía el expresidente argentino Juan
Domingo Perón: “…es un arte, como la pintura o como la escultura, que
tiene su técnica y tiene su teoría. Con la teoría y la técnica se puede
hacer un buen cuadro, como se puede hacer una buena escultura.
Indudablemente que, si se quiere una Cena de Leonardo, una Piedad de
Miguel Ángel, sería necesario un Leonardo y Miguel Ángel; porque la
técnica y la teoría es la parte inerte del arte, la parte vital es el
artista. De manera que, siendo la conducción un arte, es necesario
preparar a un artista dándole la técnica y dándole la teoría. La
conducción política obedece a las mismas leyes de las demás
artes…Indudablemente que, de la clase de conductor que se tenga,
depende, en gran medida, el éxito al que debe aspirarse…”. Por tanto, no
puede, ni debe, dejarse de lado la imperiosa necesidad de asumir nuestro
rol como ciudadanos.
Estamos por finalizar octubre, el décimo mes del año, pero el primero de
la nueva administración federal y de muchas locales, sin embargo, es
fundamental tener muy presente que la oportunidad para construir una
mejor ciudadanía es permanente y, lo más importante, es nuestra.
Post scriptum: “Al conquistar nuestras libertades hemos conquistado una
nueva arma; esa arma es el voto”, Francisco I. Madero.
*El autor es escritor, catedrático,
doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de
Administración Pública (INAP).